Publicado el Jueves, 05 Agosto 2010 23:52
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Europa murió en Auschwitz

Europa tuvo una vez una notable minoría, y ninguna fue nunca peor tratada. Pero aún así, los judíos de Europa nunca atacaron a los que les atormentaban. Tampoco tuvieron nunca el lujo de elegir del que disfrutan los musulmanes. Los judíos no tenían un estado en el que poder quedarse o al que poder volver si eran despreciados por Europa.
Los judíos, además, residían en Europa mucho antes que las tribus bárbaras que evolucionaron

en las naciones europeas de hoy. Los judíos fueron falsamente etiquetados como extranjeros, a pesar de sus 2000 años sobre suelo europeo y su contribución sin paralelo al florecimiento de su civilización en todo aspecto concebible.
Europa sería irreconocible sin Sigmund Freud, Albert Einstein o Karl Marx - por nombrar algunos de los numerosos artistas, músicos, autores, académicos, científicos, físicos, industriales, comerciantes, artesanos y trabajadores a lo largo de los tiempos.
Puede que los judíos fueran pobres y que estuvieran frustrados, pero nunca causaron disturbios. Desfiles amenazadores procedentes de la Francia cosmopolita a la periférica Polonia pueden haber gritado “Muerte a los judíos” o haber exigido su expulsión de Palestina, pero los amenazados judíos no quemaron algo, apalearon a alguien o se volaron por los aires para expresar su ira.
En vez de apoyar a sus judíos, Europa les convirtió diligentemente en su chivo expiatorio conveniente bajo el que asesinar o consentir el asesinato de 6 millones de ellos. El suelo europeo rezume sangre judía, y no existe un solo país europeo que no se beneficiase de la extorsión, el pillaje y el acoso.
Todo esto se le ocurrió al periodista español Sebastián Villar Rodríguez mientras caminaba por una calle de Barcelona un día cualquiera.
“Repentinamente”, escribe, “descubrí la terrible verdad. Europa murió en Auschwitz. Asesinamos a seis millones de judíos y los sustituimos con 20 millones de musulmanes. En Auschwitz quemamos cultura, pensamiento, creatividad, talento... bajo el aspecto de tolerancia y porque queríamos demostrar que nos recobramos del azote racista, abrimos nuestras puertas de par en par a 20 millones de musulmanes que nos trajeron ignorancia, fundamentalismo e intolerancia religiosa, crimen y empobrecimiento... ellos convirtieron nuestras bellas ciudades en el Tercer Mundo, engullidas por la inmundicia y el crimen. Encasillados en vivienda pública sufragada por nuestros contribuyentes, planean la muerte y destrucción de sus ingenuos anfitriones... hemos intercambiado la sacralización judía de la vida por la obsesión fanática por la muerte. Nuestra muerte y la de nuestros hijos. ¡Qué equivocación terrible cometimos!”
Nosotros, en nuestro cercado Israel, podríamos sentarnos y sopesar si la disculpa de Rodríguez vale más que la perversa presunción de la progenie de asesinos europeos, sádicos, ladrones, colaboradores y burócratas que amonestan audazmente a los descendientes de los supervivientes, predican pomposamente, ridiculizan, y retratan la autodefensa judía como manifestación de estilo Nazi. La descendencia de los que no vieron, no quisieron saber y de los que vieron y sabían, pero no hicieron nada, debilita así al estado judío y refuerzan a sus implacables enemigos musulmanes.
Puede que el arrogante anti-Sionismo haga la historia de Europa ostensiblemente menos monstruosa y puede que además apacigüe al componente musulmán creciente de Europa. Permite a los europeos rebajar los peligros jihadistas a sus puertas, y engañarse con paliativos socioeconómicos que se prescriben como panaceas.
Eso es lo que convierte a la masacre de Ámsterdam en la piedra angular. La masacre de Van Gogh aparentaba ser una historia de éxito asimilatorio - nada marginado, nada pisoteado y nada desesperado. Era el holandés excelente bien educado y formado. No fue provocado por la falta de oportunidades, sino por una ideología criminal.
Jerusalem Post - El Reloj.com